él era pianista. ella cantaba y tocaba un par de instrumentos, pero moría por saber tocar el piano. él tenía en sus manos todo el conocimiento que a ella le faltaba. y ella pensó que estando con él podía, como una esponja, acercarse a ese conocimiento. pero ella no se dio cuenta de que, con esta acción, estaba metiéndose hasta el fondo en algo que había asegurado que nunca le iba a pasar. esto es, confundir razón con sentimiento, y tener que actuar consecuentemente.
ese fue uno de los problemas de la relación entre ellos. uno de los tantos.
el tiempo neto, oficial, así de verdad, de la relación, fue de dos años y un par de meses, pero todos sabemos que la cosa se estira inevitablemente. en esos dos años y monedas ella dejó de ver a todos sus amigos, se hundió en complejos, largó el estudio, y dejó la banda en la que cantaba luego de que él le dijera "la banda o yo". y, simplemente, se limitó a verlo tocar desde atrás.
y se transformó en una sombra. en eso que ella aseguraba que nunca podría ocurrirle.
porque ella había estado convencida de que nunca dejaría de lado sus cosas por nadie, nunca traicionaría su libertad, nunca negociaría sus actividades. y menos que menos, por un tipo. ella nunca podría estar con alguien que la celara o que la atrapara, nunca permitiría eso.
pero, a veces, estas cosas pasan, casi sin que nos demos cuenta. a veces, algunas personas sacrifican demasiado por un amor cuyo concepto está encerrado entre comillas demasiado grandes. y se tienen que tomar de un saque todos los shots que se merecen por haber(se) mentido de esa manera espantosa en el juego del "yo nunca".
lo bueno es darse cuenta. y bancarse la resaca, claro.
finalmente, un buen día ella dio media vuelta. y a cuatro años -casi justos- de empezar, una noche tan fría como la primera noche, ella se despidió de él en la parada del 65 de campichuelo y rivadavia, y tuvo la certeza de que esa iba a ser la última vez que lo vería.
con esa certeza, se sentó en el último asiento del colectivo y encendió el discman. y se encontró con uno de los temas de un disco que había comprado unos días atrás, de una nenita de 18 años que se llamaba fiona apple, que había aparecido de la nada, y que, como ella, adoraba tocar el piano. pero ahora lo podía ver diferente; ella ya tenía su instrumento y admiraba por elección, no por necesidad. ahora simplemente se sentaba a pegarle a las teclas durante horas, casi como una autista, y a hacer ensayo y error y ensayo y error. y eso se sentía bien, muy bien. mucho mejor que mirar desde atrás.
era el invierno de 1997. y en -ese era el tema- encontró una de las mejores descripciones que hubiera podido imaginar de la historia de amor con comillas enormes de la que se estaba alejando, con esa velocidad deliciosa que agarran los colectivos a la noche, cuando no hay tránsito.
el tiempo neto, oficial, así de verdad, de la relación, fue de dos años y un par de meses, pero todos sabemos que la cosa se estira inevitablemente. en esos dos años y monedas ella dejó de ver a todos sus amigos, se hundió en complejos, largó el estudio, y dejó la banda en la que cantaba luego de que él le dijera "la banda o yo". y, simplemente, se limitó a verlo tocar desde atrás.
y se transformó en una sombra. en eso que ella aseguraba que nunca podría ocurrirle.
porque ella había estado convencida de que nunca dejaría de lado sus cosas por nadie, nunca traicionaría su libertad, nunca negociaría sus actividades. y menos que menos, por un tipo. ella nunca podría estar con alguien que la celara o que la atrapara, nunca permitiría eso.
pero, a veces, estas cosas pasan, casi sin que nos demos cuenta. a veces, algunas personas sacrifican demasiado por un amor cuyo concepto está encerrado entre comillas demasiado grandes. y se tienen que tomar de un saque todos los shots que se merecen por haber(se) mentido de esa manera espantosa en el juego del "yo nunca".
lo bueno es darse cuenta. y bancarse la resaca, claro.
finalmente, un buen día ella dio media vuelta. y a cuatro años -casi justos- de empezar, una noche tan fría como la primera noche, ella se despidió de él en la parada del 65 de campichuelo y rivadavia, y tuvo la certeza de que esa iba a ser la última vez que lo vería.
con esa certeza, se sentó en el último asiento del colectivo y encendió el discman. y se encontró con uno de los temas de un disco que había comprado unos días atrás, de una nenita de 18 años que se llamaba fiona apple, que había aparecido de la nada, y que, como ella, adoraba tocar el piano. pero ahora lo podía ver diferente; ella ya tenía su instrumento y admiraba por elección, no por necesidad. ahora simplemente se sentaba a pegarle a las teclas durante horas, casi como una autista, y a hacer ensayo y error y ensayo y error. y eso se sentía bien, muy bien. mucho mejor que mirar desde atrás.
era el invierno de 1997. y en -ese era el tema- encontró una de las mejores descripciones que hubiera podido imaginar de la historia de amor con comillas enormes de la que se estaba alejando, con esa velocidad deliciosa que agarran los colectivos a la noche, cuando no hay tránsito.
***
el otro día estaba haciendo asociación libre sentada al piano, y de la nada, así, después de una década, apareció esta canción.
y me acordé de ellos; de él, y de ella. esa persona que yo nunca, pero nunca, podría haber sido. :D
y me acordé de ellos; de él, y de ella. esa persona que yo nunca, pero nunca, podría haber sido. :D